

Son pocos los principios que hay que dominar para vivir una vida de curso favorable y de respeto a los dioses1.
Hace ya más de quince años empecé a adentrarme en el estoicismo. En la universidad no recuerdo ninguna mención especial. Generalmente, las escuelas helénicas no eran parte del recorrido académico o, si eran materia de la historia de la filosofía, nunca daba tiempo a llegar a ellas, Platón y Aristóteles daban mucho de sí.
Con el tiempo, he ido llegando a la conclusión de que en la universidad, como en la inmensa trayectoria filosófica occidental, lo que se priorizaba y se prioriza es el conocimiento teórico del mundo. Platón y Aristóteles también tienen una filosofía práctica cercana a la vida, pero por la seducción que nos produce el conocimiento, atraídos por el poder de control que imaginamos nos da, perdemos lo que en la Antigüedad era fundamental: vivir de una forma filosófica y tener la capacidad de ser dignos de portar ese conocimiento. En aquel entonces, el conocimiento iba ligado
a la capacidad para albergarlo y, todavía más importante, filósofo era aquella persona que vivía de una manera concreta, de una manera virtuosa.
Como espero poder mostrar a lo largo de estas páginas, un filósofo es aquel que vive en concordancia y coherencia con determinados principios. Se sirve del conocimiento, por supuesto, pero no es su meta, no al menos únicamente.
Tuve la suerte de entrar en el estoicismo de la mano de Spinoza, sin saber que este era estoico. Dicho filósofo, para mi revelador, profundo y radical, se convirtió en un camino que sigo investigando y, como ningún otro, me reveló el gran legado contemplativo de aquello que denominamos «Occidente», del que he hablado en otro libro2.
Posteriormente, vino Pierre Hadot. Con su inspiradora y cálida compañía fui adentrándome en una forma de entender esta escuela y, principalmente, de reformular la idea que tenía entonces de la filosofía. Estas páginas son deudoras de las suyas.
Progresivamente, fui cogiendo apuntes, releyendo textos y aplicando los ejercicios estoicos a mi propia vida. Experimentar que, desde la humildad de su discurso y práctica, se puede ir desarrollando un camino de autoconocimiento me animó a hilvanarlo en mi tesis doctoral; a hacer de él una guía para el acompañamiento filosófico-terapéutico que llevo ya más de quince años ejercitando; y a que fuera uno de los ejes vertebrales de la formación en acompañamiento filosófico que también coordino.
Sí, una de las dimensiones más interesantes y menos conocidas de la figura de los filósofos es que son conductores de almas. Psicopompos, psicagogos y mistagogos, respectivamente, conductores, educadores y acompañantes de almas y hacia el misterio. Qué nombres más raros, ¿verdad? Sin embargo, estas dimensiones ligadas a aquellos que se
¿Por qué ahora una inspiración estoica?
nombraban filósofos mostraban una forma de entender la filosofía. Más precisamente, una forma de vivirla, ligada al autoconocimiento y a la contemplación. Los estoicos son un claro ejemplo.
Hoy en día, como espero poder plasmar en el libro, puesto que es el resultado de todo este proceso, continúo descubriendo matices que me permiten seguir profundizando en el bello camino del autoconocimiento. La escuela estoica es fiel compañía hacia la mirada contemplativa que progresivamente van tejiendo.
Este libro es, por tanto, el resultado, no me atrevo a decir definitivo, de todos los apuntes, reflexiones, conferencias, cursos y aportaciones de los alumnos, y quiere ser un manual y un itinerario para vivir desde una inspiración estoica, una escuela que se ocupó, quizás como ningún otro movimiento filosófico en Occidente, de ofrecer un recorrido detallado para acercar al ser humano a aquello que consideraban más importante: vivir conforme a la Naturaleza, el Orden de las cosas o el Logos.
Hemos de entender este vivir conforme no como una vuelta a la animalidad, sino como la capacidad de vivir en armonía, esto es, en unión con el Ser/Dios/Tao/Conciencia (terminología, quizás, más actual). De una forma más radical, este volver a la Naturaleza o al Logos implica un descentramiento del individuo de sí mismo y un camino de desvelo y vaciamiento interno.
Qué alejada de nuestra concepción de filosofía, ¿verdad?
Además de mostrar la actualidad del estoicismo en nuestro presente ―inevitable en cualquier época, dado su profundo mensaje―, puesto que de lo que habla esta escuela es de la naturaleza íntima de la humanidad, me gustaría que el libro pudiera leerse tanto como una actualización
(una lectura del estoicismo desde nuestro presente) como una defensa de la profundidad de esta escuela. Esto último me parece importante. Desde hace unas décadas, la filosofía estoica sufre un boom. Digo, efectivamente, que sufre, puesto que se ha visto atravesada por los discursos neoliberales de nuestros tiempos, que han aprovechado el estoicismo para ensalzar al individuo y potenciar sus capacidades de aguante y, como trasfondo, de producción y materialismo. Finalmente, estoy queriendo acercarme al estoicismo como una inspiración, no buscando su recuperación. El motivo de hacerlo de esta manera es que creo que es fundamental criticar ciertos postulados de esta escuela. Nada hay perfecto, pero es que, además, todo merece volver a ser pensado desde los paradigmas y nuevas miradas que cada época aporta.
Presentaré el estoicismo como una práctica de vaciamiento o transparencia que hace posible una existencia armónica con el Logos y con los otros que nunca, y esto es importante, acaba de lograr del todo. Ambas dimensiones, la existencial y la social, también son a menudo silenciadas por los discursos actuales. Efectivamente, el estoicismo tiene una mirada hacia lo común que la convierte en una escuela incompatible con el Capitalismo.
Dicho esto, lo presentaré como una práctica que, buscando acercarnos a la actitud estoica, quiere dar respuesta a la pregunta de cómo vivir en el mundo, sin ser de él, siendo, sin embargo, para el mundo. Esta pregunta me parece fundamental pues permite hablar de tres elementos. El estoicismo quiere vivir y estar en el mundo, no es una filosofía que huya de él o se refugie de él. Sin embargo, este vivir quiere ser desapegado, sin ser de él, donde lo fundamental no es desarrollar un individuo independiente o una identidad concreta, sino desaparecer en la dimensión subjetiva.
Por último, tiene una voluntad de entrega y de servicio. De entrega frente al destino y de servicio frente a los iguales, todos los miembros de la naturaleza, animales, plantas y humanos.
La propuesta estoica siempre me ha parecido humilde, pues se centra en cincelar únicamente aquello de lo que podemos ocuparnos, nuestra actitud. Valiente, en la medida en que se mantienen cercanos ―sin blanquearla― a la vulnerabilidad del ser humano (somos poca cosa, aliento y carne), ocupándose de la incertidumbre, el deseo y el dolor que acompañan toda vida. Sencilla y artesanal, siendo, a la vez, universal. La Academia platónica no dejaba entrar a mujeres, ni qué decir de extranjeros, niños o esclavos. Frente a la, a veces, soberbia de los verdaderos filósofos, estos auténticos filósofos se ocupaban de vivir, esculpiéndose a sí mismos a través de la práctica reiterada que ofrece la propia cotidianidad. La vida teórica no era, en ese entonces, una adquisición de conocimientos como sí una particular forma de ver, la contemplativa, que permitía tener acceso al trasfondo de la realidad.
Mística. Voy a entender «místico» de dos maneras. Es místico aquel recorrido que podemos transitar y que implica renunciar a aquello que creemos ser, saliendo de nuestro autoensimismamiento, y entrando en conformidad/armonía con lo que verdaderamente hay, que puede ser descrito muy pobremente con palabras y que reclama de nosotros un sentir y una sensibilidad profundas. En palabras de Heidegger, un filósofo que nos acompañará, ek-sistir, «salir de sí mismo», es propiamente ser humano y su único acto verdaderamente libre. Es místico el camino que nos acerca al misterio. Gracias al gesto de salir, de desocupar el espacio del centro, el misterio se hace presente. Este misterio, en su segunda acepción y la que me
parece verdaderamente relevante, es aquel claro que aparece después de una tarea de silenciamiento interno que deja espacio para su manifestación, la posibilidad de experimentar el estar siendo o la Vida; en terminología estoica, ser coherentes con la Naturaleza. Una experiencia que no podemos conceptualizar y que se nos escapa permanentemente. Este claro, como veremos, será causa y repercusión de la serenidad.
Como puede ver el lector, esta es una propuesta que se engloba dentro de las tradiciones sapienciales, místicas y contemplativas de Occidente y que, en parte, roza la filosofía no-dual, ya que busca, desde el primer momento, encarnarse con el Uno que representa el Logos.
Solidaria. La práctica estoica no solo implica amabilidad, sino que parte de la base de la hermandad consustancial de toda la existencia. Procedemos todos de un mismo origen. La interdependencia era bien conocida por los estoicos, a la que denominaban «simpatía entre las cosas», y que, siglos más tarde, filósofas como Hildegarda de Bingen3 recuperarán para mostrar el íntimo vínculo de todos los elementos que forman la creación divina. Recuperar la amabilidad, fundamentada en algo que la ecología ha hecho obvio, puede mostrar un camino hacia otro tipo de acciones colectivas y políticas que dejo abierto a la reflexión.
Todas las cosas se hallan entrelazadas entre sí y su común vínculo es sagrado y casi ninguna es extraña a la otra, porque todas están coordinadas y contribuyen al orden del mismo mundo. Uno es el mundo, compuesto de todas las cosas; uno el dios, única la substancia, única la ley, una sola razón, una también la verdad4.